José Antonio Tolosa Caceres
Historiador, escritor y poeta

MANOCHEMA

 

Manochema
 
Sentado a la puerta de su mísera cabaña, el viejo marinero mira caer la tarde sobre el paisaje del mar. Sus ojos pequeños y aguanosos, fulgen como dos aguamarinas desvaídas entre las cuencas profundas. El único colmillo de su boca parece de azabache, tan renegrido está de nicotina y tan flojo, que oscila como un mástil.
 
Con mano temblorosa levanta la botella de ron y apura lentamente un largo e interminable trago que le baja por el gaznate como una cascada de candela. La pipa semiapagada le cuelga del belfo babeante, como una lengüeta retorcida en forma de sirena. Finge una sonrisa, que más parece una mueca dolorosa y mirándome con sus ojillos profundos me susurra:
 
- Cacha, este ron me recuerda muchas cosas ¿Lo compró en Cuba o en Jamaica? Veinte años atrás me conocía todos los licores del mundo, aun tomándolos a oscuras podía decir con certidumbre de dónde procedían, la marca y hasta el tiempo de añejamiento.
 
- Lo compré en La Habana -le dije- y traje esa botella especialmente para usted, Manochema.
 
- Ya lo decía yo.... es ron Matusalén, un trago para verdaderos machos.... 
 
Y Agregó, con dubitativa entonación....
 
- La Habana.... La Habana.... cuénteme, Cacha, ¿todavía salen morochas a esperar marineros en el puerto?
- Aún lo hacen -respondí-, y también rubias platinadas. ¡La Habana es un mercado del sexo!
 
- Siempre lo ha sido -anotó. La Habana es un burdel con iglesias, pero dígase lo que se quiera, ¡en La Habana están las putas más hermosas del mundo! Yo era cliente habitual de "El Sardanápalo", un cabaret situado al norte de la zona amurallada. Aquello no podría llamarse un prostíbulo. ¡Era como un templo donde se le rendía culto al vino y al amor!
 
- ¡Caramba, Manochema, noto que esos tragos de ron le han tornado poético!
 
- Así es, Cacha, aunque usted no lo crea, yo siempre fui poeta, he sentido la belleza y procurado cantarla a mi manera, con mis propias palabras. Digo que "El Sardanápalo" era un templo. El piso, las paredes y el techo estaban cubiertos de espejos que multiplicaban prodigiosamente las luces, los colores, las cosas y las hembras. ¡ah, las hembras! esas morochas talladas en ébano, amasadas de azabache y antracita, ¡sacerdotisas órficas oficiando sus misas negras en el suntuoso templo del pecado! Yo no las exalto, no las glorifico, sé a ciencia cierta que no eran sino simples putas comunes y corrientes. Completamente desnudas, iban y venían por el amplio salón, cien veces repetidas en las lunas de los espejos. En sus senos erectos y en sus muslos cimbreantes se quebraba la luz irisándolas, haciéndolas más provocativas y sensuales. ¡Ah, cuánto me hicieron gozar y cuánto padecer! Por una de éllas me hice homicida, réprobo de la justicia y desgraciado hasta la desesperación!
 
- Cuénteme esa historia, Manochema que, como todas las suyas, ha de ser fascinante.
 
- Se la cuento, Cacha, pero antes deje que me refocile el gaznate, con lo cual se me aclara la memoria y se me avivan los recuerdos.
Escancia otro trago formidable, se limpia la boca con la mano sarmentosa, coloca nuevamente la pipa en el sitio exacto de la comisura y prosigue:
 
- De esto hace ya más de cuarenta años. Yo era contramaestre del "Caribean Star", un barco de cabotaje que hacía su línea regular entre Martinica y La Habana. Una noche de farra, la conocí en "El Sardanápalo", cabaret recién abierto en La Habana y muy concurrido por la belleza de su decorado y la hermosura de sus hembras. Mientras consumía a buenos tragos mi botella de "Bols", me extasiaba en la contemplación de aquel paraíso alucinante. Era como si estuviera sumergido en un acuario iluminado, inmerso en un caldo tibio de luces y colores. Todas las fragancias conocidas flotaban en el aire y entre el sándalo y el almizcle, el olfato podía distinguir nítidamente el aroma del sexo. No lejos de mi mesa, unas cuantas bailarinas en reposo, sentadas en sillones de mimbre, se me antojaban un cuadro vivo de algún pintor sádico y loco. Una de éllas, hermosa como una afrodita de ébano, ¡mientras conversaba distraída, se entreabría el sexo con lo dedos! Yo, borracho de licor y deseo, adivino que en ese túnel azul me sonríen las fauces de una piraña de coral, semioculta en su nido de suave terciopelo oscuro.... ¡Siento por élla una pasión indescriptible, un deseo vehemente de poseerla, de untármela a la piel como si fuera una fragante pomada de violeta! ¡Toda la pasión animal que dormitaba en mis interioridades, se despierta de pronto y como una pantera en celo, me reclama, violenta, su ración de sexo! Voy hacia élla y la invito a mi mesa. Dócil como una gatita, viene y comparte conmigo las pocas copas que aún restan en la botella. Después nos vamos a su estancia. Lo demás....
 
Trémulo y jadeante, empina de nuevo la botella y después de un largo silencio agrega:
 
- ¡Desde entonces, ya no pudimos separarnos! Yo abandoné mi cargo en el "Caribean Star" y me hice cabrestante en el puerto, para poder estar junto a élla, para amarla todas las noches con esa pasión arrebatada y lúbrica que trascendía mi sangre y mi conciencia, como un vino oscuro, envejecido en yerbas alucinógenas. Pero me traicionaba la gran puta.... Para hacerla más mía alquilé un pisito en uno de los muchos edificios de inquilinato contiguos al puerto. Era un segundo piso, con un gran ventanal que miraba hacia el mar. Desde allí, élla espiaba mis movimientos en los muelles, de modo que conocía el tiempo en que yo estaba más ocupado y que, por tanto, me era imposible acercarme al piso, como solía hacerlo cuando los quehaceres me lo permitían, pues era tanta mi pasión por aquella mulata, que, de ser posible, nunca me separara de élla....
 
- Digo que me espiaba. ¡Y de qué modo! No desperdiciaba oportunidad para meter en el apartamento a sus amigos de "El Sardanápalo", y retozar con éllos en la cama, hasta que, extenuada de cansancio, se quedaba dormida con un rictus de insatisfacción en la boca y un temblor espasmódico en las carnes cetrinas y desnudas. Así la sorprendí muchas veces. Tánta era mi ingenuidad y mi pasión por élla que imaginaba que aburrida de las largas esperas se adormecía soñando con mis caricias.... Pero un día, ¡Ah, desgraciado de mí! -¡cómo el destino nos hace tán malas jugadas!. Ese día aciago de mi perra vida, terminé mis labores más temprano que de costumbre. Cambié rápidamente mis harapos de trabajador portuario por mi ropa de calle y corrí al mercado de frutas para comprar manzanas y uvas frescas, que a élla le encantaban. Y con la mente puesta en las delicias de aquella copa oscura, volé más que corrí al apartamento. Mientras subía presuroso las escaleras, el corazón me palpitaba con violencia y la sangre me hervía en las venas con furor volcánico.... Quise empujar la puerta y entrar con la premura que me inspiraba la pasión, pero una súbita malicia me detuvo. Con mano temblorosa metí la llave en el ojo de la cerradura y deteniendo la respiración, me introduje con paso furtivo en la salita. Creí oír un murmullo como de caricias entrecortadas, como de gemidos reprimidos, como grititos de placer y dolor entremezclados y una respiración agitada pero placentera. ¡No puede ser! -pensé. ¡Es imposible! Ella puede ser puta, pero me ama y por eso mismo debe serme fiel. ¡Son cosas de mi imaginación acalorada, ahogados bostezos de esta horrible pantera apasionada que me lacera el corazón y me exaspera los deseos! ¡No puede ser!, me repetía.... Pero, ay Cacha, sí era.... ¡la puta me engañaba! Allí sobre la cama, sobre nuestra cama, estaba élla, entregada a la más lúbrica faena con un mozalbete morocho como élla, robusto como un toro y apasionado como un recental joven....
 
- Estaban tan abstraídos, tan embebidos en su angustiosa lujuria, que no oyeron mis pasos ni los bufidos de mi corazón atormentado. ¡Ciego y brutal como un leopardo herido, les hundí mi cuchillo marinero una y mil veces hasta quedar exhausto, trémulo, jadeante, entorpecido y casi tan muerto como éllos, lleno de sangre, lleno de dolor, lleno de angustia!
 
A esta altura de su narración, Manochema se había transfigurado. El rostro cadavérico presentaba un color lívido y las profundas cuencas de sus ojos estaban llenas de lágrimas.
 
Con voz pastosa agregó:
 
- ¡De esto hace cuarenta años, Cacha!
Luego lanzó un gemido, dejó caer la pipa de su boca desdentada y ebrio de ron y de recuerdos, se durmió.
 
Yo había permanecido en silencio durante todo su relato. Ahora estaba casi tan borracho como Manochema y una rara sensación de infortunio me oprimía el corazón.
 
Salí a la playa, respiré profundo el yodo marinero y miré enternecido las fosforescencias del agua. A lo lejos, una rockola escandalosa, molía con insistencia esta canción: "Mira como ando mujer por tu querer, borracho y abandonado no más por tu amor"....
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