José Antonio Tolosa Caceres
Historiador, escritor y poeta

VIVENCIAS CON DON JOSE

 

Abril 08 de 2008
 
Vivencias con don José Antonio Tolosa Cáceres
 Por Olger García Velázquez


El pasado lunes 31 de marzo, cuando sobre la ciudad caía una lluvia torrencial, en la Clínica Santa Ana, de Cúcuta, expiró don José Antonio Tolosa Cáceres, Secretario Perpetuo de la Academia de Historia de Norte de Santander, a los 83 años de edad, pues había nacido el 11 de abril de 1924. Quiero compartir con los lectores algunos recuerdos vividos con don José, resultado de una amistad estrecha que surgió en los salones de la Academia de Historia.
 
Sea lo primero anotar que don José tuvo varios amores: Bochalema, su familia, la poesía y la Academia de Historia de Norte de Santander. Su gran orgullo era decir que había nacido en el Alto del Chamizo, Bochalema, y odiaba decir que era “oriundo de...”. Su núcleo familiar era sagrado para él y luchó hasta el final para mantenerlo unido. Con dos de sus hijos -José Rafael (f) y Mariana-, frutos del hogar conformado con la momposina Marlene Enith Rico Fernández, formó una alianza económico-laboral –digámoslo así- que le permitió mantenerse vigente y ser padre y abuelo generoso. En la poesía -su fuerte- se ufanaba de haber derrotado a Eduardo Cote Lamus en un concurso realizado en Pamplona, durante su vida estudiantil; pero, decía que “por ser sólo estudiante y no tener alcurnia” le negaron el premio. No obstante lo anterior, con el transcurso del tiempo llegó a ser gran amigo y confidente de Cote Lamus.
 
Como secretario de la Academia de Historia fue digno sucesor de personalidades como el cucuteño Pedro María Fuentes y el convencionista Leonardo Molina Lemus, entre otros. En dicho destino no fue inferior a sus responsabilidades, pues un talento innato para la historia, la literatura y la poesía, aunado a su carisma, jovialidad y la facilidad para improvisar con fundamento lo hacían casi irremplazable en la corporación. El título de Secretario Perpetuo, que en 2001 le otorgó el doctor Santiago Díaz Piedrahita, actual presidente de la Academia Colombiana de Historia, lo disfrutó como el que más; y en junio de 2006, cuando estuvimos en Ocaña, en la celebración de los cien años del nacimiento del escritor y político Luis Eduardo Páez Courvel, muchos de mis coterráneos quedaron atónitos con semejante título tan llamativo. En agosto de 2007, cuando empezó a sentir los primeros síntomas de su enfermedad, solicitó a la junta de la Academia una licencia no remunerada, a lo que la corporación accedió y, el 10 de septiembre me eligió como secretario encargado, cargo que ocupé hasta el 23 de febrero de 2008, cuando don José se reintegró a sus labores. En mi calidad de Director de la Gaceta Histórica, previendo que lo peor estaba por venir y con el fin de rendirle un homenaje en vida, me adelanté a escribir una breve semblanza biográfica de don José, la que publiqué en la Gaceta Histórica 132, de diciembre de 2007, y fue de su total agrado.   
 
En el colonial templo de San Francisco, donde en abril de 1828 se celebró la Convención de Ocaña, tuvo don José dos oportunidades de debutar con su poesía ante un auditorio selecto que le tributó sostenidos aplausos. La primera ocasión fue la que reseñé anteriormente, pues luego de intervenir Luis Eduardo Páez García, Antonio Cacua Prada, Gabriel Neira Quintero y el suscrito, don José expuso su mejor carta, una poesía de su propia cosecha alusiva a la fecha. La segunda ocasión fue el 25 de mayo de 2007, cuando en horas de la noche y con lluvia copiosa, junto con Luis Eduardo Lobo Carvajalino y Pablo Chacón Medina nos hicimos presentes en el mismo templo para posesionarnos como Correspondientes de la Academia de Historia de Ocaña. Entonces don José, luego de leer su ponencia sobre el ‘General Santander’, regaló a los asistentes con otra declamación que fue escuchada con sumo interés, lo que el doctor Pablo Chacón Medina complementó al “salir al tablero” y hacer lo propio.
 
Aún retumban en el Salón Santander, de la Academia de Historia de Norte de Santander, sus condenas justificadas a los “requeñequeros”, aquellos burócratas que inventan trabas (requeñeques) para que un trámite legal no avance; y los “relumbrones”, personas “de mejor apariencia que calidad”, como las define el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE). Sin embargo, su don de gentes hacía que tratara con respeto a todos aquellos que llegaban a su lugar de trabajo a pedirle consejos u organizar amena tertulia, incluyendo a los “requeñequeros” y los “relumbrones”. En sus memorias, y refiriéndose a Obando, decía Tomás Cipriano de Mosquera, frase que abrazo para la ocasión: “Desde lo más hondo de mis recuerdos evoco su figura y me conmuevo”. Descanse en paz, don José.
 
 
 
 
 
 
 
 
   
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