José Antonio Tolosa Caceres
Historiador, escritor y poeta

EL HOMBRE QUE NO CONOCIA LAS MARIPOSAS

 

El Hombre que no conocía   
      las mariposas
A mis nietas Enith y Ana Maria de la Cruz Tolosa
 
La mañana era azul.
 
El hombre de las rocas abandonó su caverna, estiró los brazos y tensionó los músculos para desperezarse.
 
El sol se filtraba por entre los ramajes estampando en el suelo un reguero de claras mariposas.
 
- ¡Mariposas! -dijo el hombre de las rocas. ¡Yo quiero conocer las mariposas!
 
Y sin pensarlo dos veces, empezó a descender por los peñascos, camino del país de las mariposas.
 
Descendió hasta las profundidades de las montañas, cruzó un valle y volvió a ascender hasta la cima de otra montaña desde donde divisó que a lo lejos se extendía otro valle y luego otra montaña, y así, hasta la infinitamente distante línea del horizonte.
 
- Está lejos el país de las mariposas -se dijo-, pero caminaré cuanto sea necesario para encontrarlo, pues quiero conocer las mariposas, y prosiguió su camino.
 
Y caminó muchos días y muchas noches sin descanso.
 
Cruzó valles, praderas y pantanos; arroyos cristalinos y ríos caudalosos; descendió a oscuras hondonadas y trepó a las más altas crestas de los montes, desde donde divisaba siempre la misma sucesión de valles y montañas, y, en la infinita lejanía, ¡la línea azul del horizonte!
 
Caminaba de día con la luz ardiente del sol y de noche con la gélida luz de la luna, sin mengua de sus fuerzas, sin cansancio, sin arrepentimiento.
 
Uno de tantos días columbró de improviso una choza en un claro del monte. Se encaminó hacia élla y -como si estrenara una voz nueva-, dijo desde la puerta:
 
- ¡Buenos días! ¿Hay alguien aquí?
 
Una voz cascada de mujer, contestó desde la penumbra:
 
- ¿Quién anda ahí? Cualquiera que sea, pase adelante.
 
Y el hombre de las rocas se introdujo en la choza. Allí, junto a un brasero, una anciana calentaba sus manos en la lumbre.
 
- Pase, buen hombre, y caliéntese un poco. Y cuénteme además, ¿qué motivos le traen por estas comarcas?
 
El hombre de las rocas se sentó junto al fuego y le dijo a la anciana:
 
- ¡Gracias, buena mujer hospitalaria! Yo soy el hombre de las rocas y tengo por misión encontrar el país de las mariposas.
 
- ¡Ah! -dijo la vieja- ¡el país de las mariposas!....
 
Y, dubitativamente, agregó:
 
- Hace mucho tiempo pasó por aquí otro hombre que buscaba lo mismo. Le di todas las indicaciones para que lo hallara, pero no ha regresado. ¡De eso hace mucho tiempo!....
El hombre de las rocas sintió cierta tristeza. Y pensó:
 
- ¿Será que yo tampoco lo hallaré?
 
Pero la anciana, como adivinando sus pensamientos, respondió:
 
- Usted va por buen camino. Esta es la ruta que conduce al país de las mariposas. A varias lunas de aquí, encontrará el valle de los pastores. El más viejo de éllos no tendrá inconveniente en acompañarlo, ¡pues él procede del país de las mariposas!
 
El hombre de las rocas, renovados sus bríos y sus esperanzas, reanudó su camino....
 
Y pasaron los días y las noches, los veranos y los inviernos, y la interminable sucesión de valles y montañas se hacía cada vez más larga....
 
Por fin, una mañana, el hombre de las rocas avistó a lo lejos, el valle de los pastores. Era un hermoso valle, verde como una esmeralda, tachonado de flores multicromas y surcado por un río de plata.
 
Y al caer de la tarde, el hombre de las rocas, ¡pisó, por fin, el valle de sus sueños y de sus esperanzas!
 
Los pastores descansaban junto a una hoguera de leños aromáticos y, como si lo conocieran desde lejanos tiempos, amables y sencillos, le brindaron hospitalidad, alimento y abrigo.
 
Y el más viejo de los pastores le dijo:
 
- Descansa esta noche entre nosotros, que bien te lo mereces. Mañana mismo conocerás el país de las mariposas y podrás satisfacer con largueza tus íntimos deseos.
Y, al día siguiente, el más viejo de los pastores y el hombre de las rocas emprendieron camino y al atardecer se encontraron en pleno país de las mariposas. Pero, ¡qué desencanto!. ¿Valía la pena haber hecho un camino tán largo y abrigar tántos sueños en el alma, para ver unos simples gusanos asquerosos?
 
El hombre de las rocas no pudo ocultar su descontento y su desagradable sorpresa y así lo entendió el más viejo de los pastores, quien para consolarlo le dijo:
 
- Comprendo tu decepción, pero no debes olvidar que no hay sacrificio infructuoso. ¡Estos horribles gusanos serán mañana rosas volanderas, pedacitos de seda multicroma esparcidos al viento, espabilar de alas silenciosas que esmaltarán el valle y alegrarán los ojos de quien las mire danzar en el espejo de la brisa!
 
Y el hombre de las rocas se consoló.
 
El más viejo de los pastores dijo entonces:
 
- Mi consejo es que lleves a tu tierra cuantos gusanos puedas cargar. El desencanto que ahora tienes se disipará cuando las rocas ásperas de tu país se pueblen de colores temblorosos.
 
Entonces el hombre de las rocas llenó su morral de gusanos horribles y cuando el más viejo de los pastores vio esto, le dijo:
 
- Ahora regresarás por un corto camino y, mañana, cuando el sol ilumine las peladas laderas de tu patria, ¡verás el florecer del viento!
 
Y el hombre de las rocas regresó como en un sueño a su país.
 
Los primeros albores de la aurora ponían tintes azules en los cristales fríos de las piedras y la brisa de la madrugada urdía hilos cortantes en la altura.
 
De pronto, el sol despuntó sobre el picacho más alto y el hombre de las rocas sintió como un sacudimiento vital en el morral pesado que llevaba a la espalda. Sorprendido, lo abrió y, ¡oh sorpresa!, ¡del morral empezaron a salir las mariposas como rosas de seda, como violetas de cristal, como girasoles de diamante, y el ámbito se colmó de iridiscencias que se multiplicaban hasta el infinito al ser besadas por el sol!....
 
¡Y miles y miles de mariposas se posaron sobre el hombre de las rocas que no cabía en sí mismo de felicidad al verse florecido de alas temblorosas e iluminado por el sol tempranero del país de las rocas!
 
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