José Antonio Tolosa Caceres
Historiador, escritor y poeta

LOS FANTASMAS DE LA ACADEMIA


LOS FANSTASMAS DE LA ACADEMIA
 


En este gran salón penumbroso y sombrío, parece que moraran para siempre, los fantasmas de los héroes y los espíritus borrosos de los historiadores muertos. Por aquí Santander, con su mazo de códigos, dicta al silencio sus leyes libertarias. Tiene la altura de un faro en la penumbra y la serenidad de un mar en el ocaso. Bolívar avizora futuros y sueña pueblos libres.
 
Mercedes Abrego ofrece su garganta nívea al afilado cuchillo del verdugo para que de su arteria brote a chorros ardientes el manantial de la gloria. Anzoátegui se inmola en el altar de Eros y es al mismo tiempo dios y victima.- así los veo a las seis de la tarde en el claro-oscuro del salón, desfilando por el caleidoscopio de mis ensoñaciones. Como sombras blancas lanzando sus miradas sin ojos hacia lo inconmensurable de la eternidad.
 
En pos de ellos van los historiadores. Llevan inmensos rollos de papiro manchado de tiempo y péñolas de rara aves pergeñan jeroglíficos de arcaicas mutaciones. La historia, en este instante, no es el recuento de los hechos pasados sino la reprovisión de los acontecimientos en el espacio y el tiempo. Es la meridiana claridad de lo que la inteligencia soslayó por interés, por prudencia, por conveniencia o por olvido. La historia aunque rígida es sus postulados, es flexible en sus estructuras porque éstas están condicionadas al criterio del historiador que las coteja según sus conveniencias. Pero aquí en la soledad del salón, la Historia es clara y pura.
 
De los viejos infolios historiados que permanecen adormecidos en los anaqueles, van saliendo fantasmas de héroes, de heroínas y de personajes secundarios, que de alguna manera contribuyeron a la formación de leyenda histórica. Y van saliendo claros, transparentes y puros con el fardo de la verdad desnuda a sus espaldas listo para el examen riguroso de su contenido.
 
Córdoba, en el Santuario de su inmolación, no llora por las heridas mortales que en su cuerpo robusto le infringió el cruel británico, sino por las hondas heridas del espíritu que le han abierto con sevicia aquellos a quienes él amó con elevado sentido de Patria y de grandeza. Antonio Nariño no llora sufrimientos ni las cadenas son óbice a su delirio de libertad, sus sueños son tan altos y prolongados como la inmensa cadena de los Andes, Nariño llora las incomprensiones y falacias de sus contemporáneos. Bolívar tiende su hamaca blanca bajo las frondas verdes de los tamarindos de San Pedro Alejandrino y mientras lo abanican las auras marinas, en la tarde de su existencia, sueña sueños homéricos y epopeyas gloriosas. Camilo Torres escribe uno tras otro Memoriales de Agravios, tanto por las injusticias del pasado como por las perversidades del presente.
 
Los libros de la Historia parecen puertas de la eternidad por donde se escapan los Héroes para entablar el dialogo de lo infinito en la penumbra del silencio. En el salón se congregan los héroes de la humanidad. Los Héroes de todas las naciones, de todas las razas, de todas las épocas. Los héroes positivos que lucharon por la libertad, por la sana filosofía de sus sentimientos, por la transparencia de la Ley, por la dignidad del hombre. Y también se congregan los anti-héroes los que batallaron por egoísmos personales e insanas ambiciones en cuyas aras sacrificaron seres inocentes y derramaron sangre justa sin escrúpulos y sin benevolencia, con tal de alcanzar sus malvadas metas teñidas de conscupicencia. - Esa es la Historia y así ha de ser siempre porque así es el hombre -. Y vagan también por el salón los fantasmas de los historiadores muertos, los fundadores de nuestra Academia los que ensalzaron y glorificaron a los personajes de nuestra inicial existencia. Los que diseñaron con pluma maestra nuestra geografía, nuestras costumbres, nuestra idiosincrasia. Los que ofrecieron holocaustos a los Dioses Términos para proporcionar un sentido de pertenencia y por ende, una responsabilidad de Patria. Así vagan los fantasmas de los Héroes y de los historiadores por el salón de la Academia. Yo soy el secretario de esta vetusta Institución y estoy aletargado en la noche contemplando el desfile de las sombras por el caleidoscopio de mis fantasías.     
 
Los héroes no tienen una fisonomía definida, son meramente sombras divagantes. Algunos exponen sus razonamientos con claridad y parsimonia, otros esgrimen un verbo arrebatado y formulan arengas y hacen imprecaciones. El ambiente del Foro se caldea y el eco de los discursos silenciosos perfora las oquedades de la noche. En un momento dado, en la penumbra del salón refulgen las espadas. Por el escenario de las sombras pasa la figura enhiesta de Fustel de Colanges propiciando la nueva filosofía de la historia e imponiendo un decisivo cambio de dirección. Los tradicionalistas se oponen y aducen hueros tópicos fundamentados en ideas generales o políticas, en el orden moral o religioso. Teorías decadentes de la Historia que el autor de la Ciudad Antigua va derribando con la fuerza incontenible de sus argumentos. El Secretario escucha como en sueños, pero memoriza ideas para sus propias diatribas…. Después es el silencio.
 
El viejo Secretario con el alma repleta de saudades toma el camino de su casa, pero en sus oídos ya sordos y en su cansado corazón retumba el eco de los historiadores muertos y las altas diatribas de los héroes
 
 
 
   
 
 
 
 
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