José Antonio Tolosa Caceres
Historiador, escritor y poeta

PROSAS DEL REGRESO A PAMPLONA




Prosas del regreso a Pamplona
 
Al Dr. Luís Roberto Parra Delgado.
 
Regreso a Pamplona, donde nacieron mis primeras ilusiones,
mas no encuentro la ciudad de mis recuerdos.
No son éstas las calles ni las casas
que yo exaltara un día
en un canto sencillo,
llano y puro.
Amaba yo las calles empedradas
con gruesos adoquines
y las casonas viejas
con sus techos de musgo.
Yo amaba el parque con sus túneles
de dulces madreselvas
y sus terrazas de violetas.
¡Ahora hay edificios de cemento!
 
El río ya no canta su canto cristalino,
entre lianas, petunias y mortiños;
pero juega en su caja de cemento,
a contar las estrellas que le restan.
 
Estoy ahora en la plazuela Almeida.
Recuerdo que tenía
un bosque de eucaliptos en el centro.
Eduardo escribió aquí sus primeros poemas
y horadaba penumbras misteriosas
Por entre la maraña de sus sueños
  
¡Cómo se ha desvaído la postal que en mi pecho
guardé por tantos años de Pamplona!
 
Añoro las hermosas pamplonesas
que amé con arrebato juvenil,
las de piel de manzana,
las de labios de fresas,
las de cuerpos esbeltos,
como juncos de abril:
Inés, Leonor, Juana, María.
Esas bellas muchachas que tenían
nombres de vampiresas,
o de reinas.
 
¿Se han ido? ¿Se han casado? ¿Tienen hijos?
 
Quizá ya sean abuelas,
pero en ni terco corazón demoran,
puras y luminosas,
como tempranas rosas,
como claras estrellas.
 
¿Y dónde están Gonzalo y Pérez y Molina?
¿Castro hacia dónde ha ido?
Cómo era entonces agradable el mundo,
elemental la vida, dulce el vino
y la amistad sin cortapisas,
creciéndonos por dentro como un árbol.
 
El áureo, el laureado Aurelio,
desgranó aquí luceros de su lira.
En los hoscos espejos de la noche,
su corazón sangraba margaritas.
Eran, entonces, más rojos los claveles.
 
Aquí, dentro del templo, nada cambia.
Aquí Pamplona se eterniza.
Por entre los vitrales multicromos,
la claridad de Dios se filtra,
y un pedazo de cielo como un ojo
desde la comba ilimite me mira.
Grillo Martínez pasa por mi memoria,
en volutas de incienso perfumado,
oficiando la misa de sus versos,
ante el altar de Dios Sacramentado.
 
Vuelvo a la calle.
En densas capas plúmbeas,
la tarde cae sobre la ciudad.
Un pasillo de Oriol llena la plaza,
con la alegre cadencia de sus notas,
y tomados del brazo, en dulce ronda,
van pasando muchachos y muchachas.
Y yo, clavado al piso de la acera,
corro tras ellos con los ojos.
 
Y vuelve a ser Pamplona mi Pamplona,.
Y mi pasado vuelve a ser presente,
y sin saber por qué, mi corazón presiente
que puede ser también mi porvenir.
 
Y ¿por qué no? Si bajo de este cielo,
en este valle de candeales trigos,
duermen en paz mi padre y mis abuelos,
mis amadas lejanas, mis lejanos amigos,
mis caras ilusiones, mis pasadas querellas,
mis primeros amores, mis primeros poemas
y duerme, en fin, mi juventud.
 
Se ha cerrado la noche.
Llueve en mi corazón una llovizna clara
de claros asfódelos.
 
Y, mientras torno a la ciudad ardiente,
oigo llorar el río entre los sauces
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